domingo, 1 de mayo de 2011

El valeroso de Don Quijano. [I Parte]




En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Era aqueste un paraje donde el cloqueo de gallinas enmudecía al bravucón gallipavo revelando así la fulgente caricia del Sol en los lomos de las llanuras, desvelando a sus gentes del dulce pernoctar, y haciendo de la azada un nuevo labrar.
De entre el fulgor del día, el susurro de cerdas escobadas en patios, el bramido de infantes veloces y el tronar del relincho de corceles, amanecía Don Quijano. Mal llamado en su infancia Alfonsín, por su espigado aspecto y su longa cara de patidifusas retinas. Fue un muchacho distraído de mente, poco parlanchín y aún menos triscador. Aún así, algo fue fraguando durante su tierna inocencia: una trémula obcecación por lo fatuo de la fantasía. La incipiente chispa -que remataría su juicio hasta sus entrados cuarenta- fue el hallazgo a sus seis del único libro que había en la hacienda. Sus amados padres -y los amantes de estos, y por supuesto, el resto de mozos al servicio- eran gentes más dedicadas a la administración de la hacienda y al laboreo de campo que ha cubrir sus mayúsculas carencias lectoras. Nunca se preguntó cómo deparó allí. Lo contempló atónitamente, como el enamorado que embelesado mira. La esencia  de sus hojas se le embutió desde sus fosas y a sus cuencas, que centellearon ante las agolpadas palabras. Fue en ese momento, cuando Alfonsín comenzó a afanar con decoro todo libro que se cruzaba. No intentaba recordar qué acontecía en aquellos, lo único que imploraba era que le aportaran valor y la certidumbre de que existía más vida de la que se podía llegar a abarcar.
Aquel amanecer, cómo uno de tantos, Don Quijano- llamado así mismo “El valeroso” tras sus batallas frente a feroces mercenarios a las órdenes de gigantes y enanos con canes de fuego- asomó su escurrir al balcón completamente despojado. De esta manera se hacía con la vigorosa fuerza del Sol a la vez que purificaba su ánima de los vetustos males ocasionados.
De repente, se escuchó en la lejanía de las caballerizas el graznido corpulento de un hombre. Don Quijano, ante esto, agudizó su zángana mirada en lo alto del balcón, vislumbrando así la robusta figura de su escudero Sancho. Santiago “El ancho”, al que todo el mundo conocía como Sancho, era no más que un campesino que labró un día las tierras que un joven Alonso regentaba. Sin embargo, una noche de vino aligerado- entre burlas y carcajadas- los labradores, arrieros y doncellas de la hacienda lo invistieron con los honores de escudero de Don Quijano. Hecho que no cayó en vano, pues al joven Alonso le complació tanto la idea -la de disponer de un escudero- que le desquito de sus obligaciones de labranza ofreciéndole el eterno barbecho a sus curtidas y encalladas manos. Sancho cumplió beatamente su nuevo quehacer, acompañando a Don Quijano allá donde los confines de su imaginación le encauzaban. El escudero también fue abatido por aquel mundo de lo literario.
En tiempos de antaño fueron, sin duda alguna, aventureros andantes en busca hazañas caballerescas por las comarcas. Burlaron la suerte de diablillos bandoleros, rescataron a ninfas de su infortunio, se enfrentaron a ejércitos de ovejas embravecidas por el cólera de caparras y patera, y de entre un sinfín de desventuras que desgastaban la sinrazón. Con el devenir de los años, sus andanzas en aquel mundo menguaron con el medrar de las longas arrugas y blanquecinos azabaches.
No obstante, la mañana de ese día les traería una nueva peripecia. Sudoroso Sancho trataba de acelerar sus rechonchos muslos a la puerta principal entonando en sus labios un alarido de asistencia. Apresuradamente Don Quijano vistió su desnudez enredando sus holgadas barbas entre las costuras de sus ropajes, galopó con agilidad el declive de las tortuosas escaleras hasta alcanzar finalmente las atolondradas palabras de Sancho.


[Un fragmento de un relato para el Certamen Premio Relato Breve para El País, Alfaguara & Círculo de Bellas Artes. Un verdadero placer literario haberme sumergido en el mundo cervantino y haber creado mi propio Quijote. ¡Buena suerte a todos los participantes!]

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