miércoles, 29 de junio de 2011

Me sudaban las manos ríos desbordados. El machete se tornaba en mantequilla afilada. Debía propinar un corte seco, contundente. Sin embargo, el tintineo de mi nerviosismo hecho pánico colapsaba mi mano izquierda en un tembleque. Nunca me había visto en una igual, nunca me había dado cuenta lo mucho que apreciaba la existencia de el más insignificante poro de mi ser.  En ese momento de dispersión mental, icé mi brazo zurdo dejándolo caer en seco contra mi mano derecha. La cercenada mano quedó enredada entre el amasijo metálico de aquel accidente aéreo, que había sumergido la avioneta dejando atrapada esta mientras se inundaba la cabina. Lo borbotones de sangre se diluían en el agua de mar. Presa del vahído de mi amputación me sumergí tratando de encontrar la salida que me llevara a flote.

Tres horas después en aquel lugar en medio del Pacífico la calma del océano seguía su curso. Aquella avioneta quedó sumergida en su totalidad.

martes, 28 de junio de 2011

La guitarra & la mota


   Él era una guitarra… desafinada, ella una mota de polvo… minúscula. La cual pasaba desapercibida entre tanta maraña de pelusas que atestaban el cuarto donde permanecía aquella guitarra encerrada noche y día, esperando por su dueño. Este nunca volvió, dejó que las pelusas y el polvo carcomieran sus acordes. Ella fiel, se adhería a su barnizada madera, estirando lo que parecían dos finísimos bracitos para estrechar así a su juglar; consolarle en su tristeza. Sin embargo, aquel instrumento ni se inmutaba de la presencia de la pequeña minúscula mota, pues cientos de ellas asediaban su madera, su mástil, sus cuerdas…

Una mañana de domingo, la madre de aquel chaval- que nunca volvería- se armo con una mopa y un desmesurado valor mientras se mordía el arrepentimiento de entre los labios. No quería humedecer aquella habitación con más manojos desconsolados de dolor. Ya no volvería, tampoco el tiempo perdido.  
El quitapolvo, la mopa y el cepillo contuvieron las lágrimas a través de un impulso obsesivo de fanatismo por la limpieza. A cada gota de quitapolvo emitida, la diminuta mota se aferraba más y más a la madera.
Llegó a la guitarra, su corazón se encogió en un suspiro de recuerdos. Limpió precipitadamente el polvo caduco, que reposaba en ella, y cerró la habitación.

De nuevo aquella guitarra quedó abandonada, olvidada, esperando volver a ser tocada; con la extraña sensación de que su madera añoraba algo. No era el tacto áspero de aquel chico, era algo insignificante, quizá, algo minúsculo. Algo que incondicionalmente, durante aquel olvido, acompañó su espera. Algo que hasta ese instante no había llegado a apreciar1; la grandiosidad de aquel minúsculo detalle, en forma de mota, que sin saberlo le hizo dichoso.





1Su madera y betas no eran tan diferentes del conjunto de huesos y carne de aquella madre.


[Después de 10 meses coincidiendo cada día con gente estupenda, 2 despedidas emotivas-más las que están por venir-, 60 minutos de autobús de camino al trabajo tras más de 24 horas sin dormir… escribí esto en cuestión de 10 minutos frente a la máquina de café… con 1 sonrisa.]

domingo, 26 de junio de 2011

Frank


Cuando tenía diecisiete años, fue un fantástico año. Un año tras las chicas de aquella pequeña ciudad de comarca, noches suaves de verano, escondites entre las sombras de las farolas. Me solía dejar caer en algún sitio tranquilo y tras un trago o dos echaba todo a perder diciendo algo estúpido como “te quiero”.

Cuando tenía veintiún, fue un gran año. Un año tras las chicas de ciudad, edificios grandiosos, avenidas desdibujadas por el alcohol nocturno, taxis que llevaron a apartamentos varios, perfumados cuellos. Pensé en el apasionado amor, jugaba entre las estrellas  volando hasta la Luna. Llegué a ver cómo era la primavera en Júpiter y Marte.


Cuando tenía treinta y tres, fue un buen año. Un año tras mujeres talentosas, divinidad vestida de seda, lujo sobre ruedas, noches de vela en vela. Intercambiaba miradas con extrañas en la noche, preguntándome cuáles eran las posibilidades de que compartiéramos el amor antes de que la noche acabara, y si el amor estaba a una mirada de distancia.

Cuando tenía cuarenta y nueve, fue un correcto año. Un año tras jóvenes mujeres, desenfadas en busca de la voz de la experiencia, veladas pagadas y detalles ostentosos. Me hacían sentir joven, sentir que hay canciones que aún se cantan, campanas que suenan
Ahora, a mis sesenta -y algo- los días son tan cortos… estoy en el otoño de la vida, caduco. Pienso en mi vida como vino de la vendimia. Desde la madera del roble francés hasta el borde la última gota derramada en un paladar, así trascurrió mi vida.
He vivido una vida plena. Viaje por todos y cada uno de los caminos. Arrepentimientos, he tenido unos pocos, pero igualmente, muy pocos como para mencionarlos. Hice lo que debía hacer y lo hice sin exenciones. Mordí más de lo que podía masticar. He amado, he reído y llorado, tuve malas experiencias, me tocó perder. Y ahora, que las lágrimas ceden… sin timidez puedo decir que lo hice a mi manera.

Sin embargo, los años no fueron justos, es tan fácil recordar tu expresión dulce, la sonrisa que me brindabas, tu forma de mirarme. Tan fácil de recordar, tan difícil de olvidar.
Aún mi nariz me castiga con el aroma de tu piel, tu aliento, el perfume de tus cabellos. Quizá tu figura se torna difusa por un principio de cataratas, pero el olfato lo mantengo intacto.

Hoy despierto en una ciudad que nunca duerme, dónde llegué a ser el número uno, el rey de la colina en New York. Aún así, desde lo alto de esta ciudad eclipsada por los rascacielos, mi olfato se pierde tratando de encontrar tu rastro.
Desayuno cada mañana en esta terraza de una 32ª planta desde donde vislumbro los juguetones reflejos de las nubes en los cristales de los edificios. Me hacen recordar esas esperas mirando a un cielo veraniego clavando mi huesuda espalda a una parada de autobús, siempre solías llegar tarde. No importaba, tu morena sonrisa apaciguaba mi fiera.  
Te conocí con la llegada de una pubertad confusa, tus encantos ayudaron a confundir mis sentidos aún más; entre ensoñaciones en futuro perfecto y licores siempre risueños.
 Los granos empezaron a desaparecer de nuestros rostros, y nosotros mismos de nuestros juveniles rostros. De vez en vez coincidíamos en aquella comarca, casualidades de la vida. Tu aroma nunca te fallaba, mis manos siempre titubeaban.
Amistad entre reencuentros, vinos, recuerdos, camas compartidas, cartas enviadas, regalos a escondidas y notas olvidadas. Nunca supimos encontrar un término a la mitad de las cosas, solíamos bailar en lugar de andar, cantar en lugar de hablar. Parece que incluso el olvido se perdió entre nuestros caminos.  

Hoy cada efímero momento se muestra claro ante mí, y aunque me trae al arrepentimiento, sueño que tus manos aún me acarician, tus dedos me aprisionan. Robo sueños a las noches para tenerte de una vez. Qué rastrero resulta el hurto de sentimientos entre ensoñaciones, siendo yo todo un caballero.

Cogí un avión, para volar allá donde siempre quiso peinar sus canas, donde las sonrisas doran sus comisuras al sol, palpitan al son de samba y se endulzan con cachaÇa. Durante el viaje pensé qué decir, tras tantos años sembrados de silencios y frases inacabadas...
Angosto camino, tras el apartado tiberio de Abrão y el paso de  los años, me posiciona frente a unas verjas azuladas donde se esconde entre madreselva y enredaderas una pequeña casa en calmados blancos. A la sombra de un pernambuco me reencuentro con sus cabellos, canosos ya. Sin dudarlo entono: “Volemos juntos, despegar en el azul, una vez allí arriba donde el aire está enrarecido vamos a planear. Vuela conmigo. Todo de mí, por qué no tomas todo.” Gira su rostro, aún tan juvenil. Mirándome desconcertada -perdida en sí misma-  sus ojos delatan que sus recuerdos ya no habitan en ella. Ella ya no habita en ella, habita el olvido.



[48 minutos de tren &medio carboncillo& cascos sonando a Sinatra, son los culpables de este pequeño guiño a La Voz y a esos amores que se pierden entre la franja del espacio-tiempo]

miércoles, 22 de junio de 2011

Armada

Comienzan a contraerse los músculos faciales… dando paso a la relajación y desinhibición desasosegada. Demasiado tarde para el pudor a la desnudez…
Se dibuja a pincel, vivamente, una tonalidad de desenfadaos rojizos dilatados hasta hacer visible una delgada línea -desvergonzada por momentos- de blanquecinas manchas. Exquisito nácar.
Al compás, comisuras en los ojos envidiosas entran en ¡rebeldía!; contorneando arrugas, entrecerrando párpados.
Pupilas, incapaces ya de distinguirse entre la delgada abertura de párpados, se difuminan eclipsadas por la entonación de una sincera sin dubitativas. Cientos de miles de imperceptibles factores, todo un arsenal  de minuciosos detalles, colapsan concentrados en un diminuto expositor… una sonrisa.

viernes, 17 de junio de 2011

Rojo, vivo.


Destellos rojizos  
cubrían su terciopelo
mimetizando sus pelirrojos.
Rojo cólera
en su ocular blancura.
Bermellón entre sus dedos,
del violáceo su nariz helada,
de carmín desgarrado sus muslos,
escarlata en sus mejillas compungidas,
de garanza sus pestanas.
Carnosos magenta roido,
 por ávidas ratas sarnosas
de lo rojo del placer enrojecido.
En rojo su desnudo caminar,
 orgulloso su torso,
 sus pechos bravíos,
castigadas sus rodillas...
Encarnada por el rojo
del rojo de su hacer.


miércoles, 15 de junio de 2011



Se acostumbró a ver su traslucida figura antes de que el atardecer inundara el barbecho de aquellas tierras. Le encantaba contemplarle a través de los cristales vidriosos que conducían al jardín. Su vaporosa figura siempre se posaba en aquel lejano muro de bancal, allá donde el mundo terminaba.
Era uno como pocos, aunque francamente era el primero que veía. Este disponía de un traje desdibujado por el viento que creaba corrientes entre sus sinuosas formas, revolviendo hasta sus cabellos largos como fideos. Sus manos finas, se deformaban al roce de las amapolas.  De su boca entreabierta se despedía una luz centelleante que colapsaba con el atardecer. Delicado hasta sobrepasar su valeroso espíritu...
Imagina que, tal vez, fue un aventurero caballero, decidido y con tesón; y de testarudo corazón. Fuera lo que hubiera sido, no desvirtuaba lo embelesada de su atónita mirada. El más hermoso, sin duda, el más hermoso fantasma; y de su existencia sólo sabía ella.  




[El gran secreto de Ane, jamás contado]

domingo, 12 de junio de 2011



En verde, la vida pasaba,
se fumaba o esfumaba.
Ante sus verdes de verde,
en verde miraba.
Tanta hierba le anulaba,
le mataba.

miércoles, 8 de junio de 2011

...

Silencios...


Silencios entre vapores de silencio,
silencios que se escapan de la nuez a los labios
entrecortados por el aire en silencio.
Acalla la lengua,
reseca por el silencio.

Silencios entre las motas
contorneadas a flote,
se agolpan entre parpados de pestañas
y de entre el asilenciado de los estruendos
se intuye un silencio.
De puro silencio su rostro,
sus mejillas
ajadas de lo locuaz,
sus oídios
sordos en el silencio.

Silenciosamente
fue marchitando*,
en el silencio de sus silencios.




[Continúo con mí propuesta personal: escribir cada día (que no “bloggear”). Gracias por las críticas/comentarios a través de las diferentes vías.] 

*[Sé cuanto odias los silencios... te quiero]

lunes, 6 de junio de 2011

Nudos *


Tengo un nudo en la cera de mis oídos que me impide apreciar la sinfonía de inquietas abejas en días soleados. Un nudo de pelos entre los orificios de mi nariz por los que mi mucosidad juega a ser equilibrista. Un nudo entre mis piernas-siempre cruzadas- que impide vestirme de falda. Dos nudos en cada brazo amordazando los abrazos esperados. Nudos en flequillo despejado por la brisa inexistente. Una anudada campanilla al fondo de una boca reseca. Nudo en labios en cabestrillo, impidiendo rozar otros distintos a aquellos que solían transitar. Nudos en mis neuronas des-interconectadas que juegan a la ruleta rusa confiando sus vidas. Un gran nudo en el entrecejo de una mirada perdida, que afea en sobre-natura este rostro de puro nudo.
También dispongo de unos dedos anudados que se muerden las ganas de correr en los cristales de vehículos móviles. Nudos perdidos entre las venas horchatadas por la desidia de la monotonía que afloja y carcome. Anudadas pestañas que impiden entrever la grandiosidad del conjunto.
 Incluso, nudos intestinales que indigestan el buen sabor de boca que dejó un pasado, y hasta un olfato anudado -atrofiado ya- por la toxicidad envenenada de algunos.

Anudada a una enredadera mustia, deshidratada; moribunda por ser relegada al olvido del cuidado que precisa.





*  [Deshacer nudos es todo un arte, un talento sólo apto para verdaderos marineros de manos curtidas por las inundaciones de la vida. Con este pequeño gesto empiezo a desenredar/desanudar  algunos de esos, ajenos y propios. No vivamos entre nudos.]



[Ilustración: Ximo Abadia. Lo prometido es... ]





domingo, 5 de junio de 2011

Hillbilly.


Para cuando amanezca, ya me habré esfumado. Sólo quedaran de mí unos pasos a tientas entre los primeros rayos de Sol. Siempre me ahuyentó el gemido que este desprende con su luz. Prefiero disfrutar de la nocturnidad de las farolas y el aire fresco cebado por la soledad; también de los bares trasnochados, cristales en las suelas, puños quebrados, orgasmos empotrados y lavados esnifados.
El bulevar imantó mis pesados pies con lo efímero de su nocturnidad, y alevosía. Me hice esclavo de su condición; vivir para disfrutar de los murmullos, alientos corrompidos y mentes extasiadas.
De camino al Raval se escapa otra noche, mientras van regando las bombillas mi tupé laqueado.



[El Clan de los Búhos]

viernes, 3 de junio de 2011

Volvemos a encontrarnos...





-          ¿Qué?
-          Nada.
-         
-          ¿Qué?
-          Nada.
-          ¿Se puede saber qué demonios miras?
-          Nada. No miro nada… resulta bastante complicado ver a través de la nada.
-          Uhm…
-         
-          Eso significa que…
-          Sí, eso es…
-          Estoy…
-          Sí.
-         
-         
-          Pero… ¿me ves?
-          Tú a mi también, ¿no?
-         
-         



miércoles, 1 de junio de 2011

De trapo


Zumbidos y formas amorfas, circuncidadas en la imaginación de la oscuridad, empezaron a conformar una lista de lo amoroso; del estilo de:

Tienes una mirada penetrante. Linda. Qué rico cocinas. No sé bailar. Me pones cachondísimimo. Te…quiquie..r…o. ¿Te llamabas..?. Menudo culo. Me pasaría el día besándote. Qué bien te ves. Vaya, no sabía que supieras hacer ese tipo de cosas… Te invito a una copa. Me encantas. Creo que nunca dejé de pensar en ti. ¿Me llamarás?. Cuéntame un cuento.  ¿A qué hora sales de trabajar?. Cierra los ojos. No me sueltes. ¿El baño?. Espera… voy a por un preservativo. ¡Mierda!. Quédate a dormir. Tienes algo en el pelo… te lo quito.


Manera curiosa de intentar conciliar el sueño, como si de contar ovejas se tratara. Parecía una buena manera de agotar mi mente con la soñolienta pereza de las palabras amorosas que un día mis tímpanos alcanzaron a escuchar. En vano concilié la realidad con lo irreal de los sueños.
Si el sumatorio de ovejas me resultaba infructuoso, esta nueva técnica lo era más aún; con el añadido del imperdible de la razón que punzaba a veces el sentimentalismo.
La inquietud nocturna -intrínseca- de mi cerebro se veía ahora asaltada por mi “genialidad”. Perfecto. Si pretendía abstraerme con la jugosidad de palabras zalameras huecas, resultó convertirse en un laberinto de desencuentros de condicionales contingentes. Cuan más indagaba en aquellas palabras -meras palabras- mi mente más inquieta se mostraba; intentado en aquel desastroso almacén de lo amoroso indagar entre archivos de recuerdos garabateados con promesas parafraseadas, fotografías instantáneas y sabores olorosos cuanto menos curiosos.
Zalameros recuerdos, pensamientos… como Pirracas.

Este incentivo perturbó nuevamente mi insomnio. Desde hace días no veía a Pirracas. Andaría por los tejados, meloso tras el contonear de alguna gata. O eso quería pensar.
Dejar de pensar, era en lo que quería empezar a pensar.  

Uhm, dejar… Otro asunto debía zanjar; el de serrar el ancla que la nicotina había fondeado en mis pulmones. Resultaba asediada bajo la vigilancia de un enorme mono que manejaba mis impulsos con colecciones de mecheros y parchares de remiendos.

Tantos parches empezaban a hacer de mí una muñeca de trapo. Una muñeca de trapo con insomnio…

    [El Clan de los Búhos]