viernes, 27 de enero de 2012

Mi yo sexual

 
Mi madre opinaba que este mundo sería mejor si en lugar de nuestro yo formal íbamos por la vida mostrando nuestro yo sexual. Hablaba de la invasión del yo sexual. La primera vez que me habló de esto fue cuando tenía dieciséis años, estábamos en Berlín por el estreno de Dafne. Era la segunda vez que representaba aquella ópera de Schütz en Europa. Aquella tarde, me dio a entender que había dos personas en mí: mi yo sexual y mi yo formal. Me quedé perplejo.

― Marco, quizá aún no conoces tu yo sexual, pero aparecerá pronto―me dijo mientras esperábamos en la entrada trasera del Teatro del Renacimiento a que llegara el resto de la compañía―. Brotará en  momentos puntuales de tu vida: cuando sientas deseo hacia alguien, o practiques sexo, o incluso, en los momentos más inverosímiles.
Tu yo sexual será una parte muy importante de tú vida, recuerda bien, porque cuando entres en un lugar donde nunca has estado se activará. Rastreará buscando lo que desea, se enamora, se encandila, se llena de pasión.

En ese momento, me sonrojé muchísimo cuando Hans – el único de la compañía que entendía algo de italiano – me guiño un ojo al oír lo que decía mi madre.

Siempre que conozcas gente acabarás preguntándote qué significarán esas personas en tu vida. Sólo entrar a un avión, sabrás al instante qué personas deseas, cuáles serían capaces de sentir algo por ti o hacia cuales podrías sentir tú amor y con quienes desearías tener sexo.
Es algo innato en las personas. Es necesario comprender que desear,  sentir, no es malo, pues forma parte de tu yo sexual. Tu yo formal hará dócil tu yo sexual a los ojos de la sociedad, lo hará presentable en el sistema de lo políticamente correcto.

― Querido, ¿cómo podremos conocer a la gente que nos rodea, si no conocemos sus deseos sexuales, sus gemidos, sus muestras de pasión extrema o su erotismo? ¿Cómo es posible que desconozcamos todo eso? Cuando de poder exteriorizarlo seríamos mucho más felices. Todo iría mejor si nuestro rostro mostrara la felicidad de la pasión ―me decía mientras cruzabamos la puerta―.

El ensayó comenzó con retraso. Después de aquella conversación, jamás volvió a mencionar aquello. Nunca fui capaz de aplicar nada de lo que me dijo.
Sé que no hablaba de orgías o de hacer lo que deseáramos en cualquier instante de la vida, lo comprendí perfectamente a pesar de mi edad. Pero me quedé callado, no dije nada. Con ella muchas conversaciones quedaban inconclusas. No le gustaba finalizar las conversaciones o las disputas. Decía que los puntos finales facilitaban la vida de la gente, los puntos a parte y los suspensivos incrementaban la inteligencia.



[Guiño a A. Espinosa y “todo lo que podríamos haber sido tú y yo…”]