miércoles, 31 de agosto de 2011

Historias de una Era Fría

    Postrados en aquella cama de un dormitorio infantil, paralelamente cruzados. La guerra ya había estallado y nosotros implausibles contemplábamos el alto techo que distraía nuestras miradas perdidas.
Las pestañas chocaron entre sí haciendo entornar mi boca a la comisura de la tuya. “Un último muerdo” se oía en la nocturnidad de las cortinas zarandeadas por el viento otoñal, inquieto de incertidumbres. La voracidad de este se coloreó de furia, de ira, de mendrugos negros que alimentan la guerra de miseria y penurias.
Los pies desnudos, helados, se hacían eco del rencor que colapsaban ya mis lacrimales -tintados de sangre en carne viva. Tus piernas se abalanzaron sobre mis caderas en un abrazo desesperado, mi rodilla coqueta propinó una estocada en tu entrepierna. Un gemido doloroso. Una carcajada. Mi pecho vibraba aliviado. Deshice, así, el nudo de nuestros cuerpos con un disparo certero.
En la trinchera de tus retinas mirabas confuso la frialdad de mi escopeta. Aún así tozudo, acercaste posicionamiento acortando la distancia de mis mejillas a tu trayectoria con la humedad de una lengua desenfadada. Emboscada que acabaría haciéndome presa, para más tarde acabar siendo torturada.  Así pues, hábilmente dispuse de mis afilados machetes, que chirriaron para llevarse así parte del gusto. La sangre se derramaba entre las sabanas de la contienda.

La furia me llevó a un cuerpo a cuerpo despiadado. Mi torso embistió el tuyo, mis puños se abalanzaron, tus piernas agiles frenaron mi precipitación amarrando mis caderas mientras tus brazos amordazaban mi contorno.Uno rodando sobre el otro en el mullido de un dormitorio infantil. Las lágrimas brindaban destellos en la oscuridad de la batalla. Resoplidos, gruñidos, lamentos… palabras mudas de sentimientos. El rojo y el morado teñían besos mordidos, caricias arañadas… Estratégicamente mi milicia iba ganando terreno a la tuya. Acorralado por el odio de tanto amar, te convertiste en presa de una depredadora. Y entonces, todo saltó por los aires tras la detonación de una bomba.
Cuerpos desolados, decapitados por la guerra, yacían. Quién diría un día nos jugamos la vida en plena Guerra Fría, que gozamos pletóricos de lo exhausto del frenesí de nirvanas en la mismísima frontera del capitalismo y comunismo…
 
 
Me incorporé tras el devastador desastre, vistiendo mi rostro de luto por todos aquellos caídos. Despojada me perdí entre las sombras de aquel hastió y desolado paraje. Me exilié ante aquella barbarie acometida.  


*M & G, fueron amigos, amantes y contrarios durante el tiempo que duró la Guerra Fría. Al terminar esta comenzaron una vida un común sin la complicación de ningún muro. Sin embargo, un muro comenzó a construirse entre ellos con el paso del tiempo. A , el hijo que esperaban no nacería.


[Berlín, 2011. Uno de los relatos que escribí en mi último viaje.]


sábado, 27 de agosto de 2011

The journey begins,

begins in the same place as always,
where that journey ends…
Just what I take with me
and where I’m taking it.
After all, I have the freedom,
my  freedom to run,
 to dream, to life…
 Every step will become an experience,
every experience will become a journey,
and every journey will bring me closer to my dreams.


viernes, 26 de agosto de 2011

Cuando no muere… mata

Aquellos que no morían, mataban. Aún así, fueron los más los que perecían; tantos lo hicieron en el pasado, que ya había perdido la cuenta de los nichos que tuvo que administrar cronológica y alfabéticamente. Pues a veces, los nombres se repetían en los epitafios, incluso los había que por catalepsia se les daba muertos y volvían del más allá al más acá para más tarde volver por donde vinieron. No obstante, sus versos resultaban de lo más variado, denotando la personalidad de cada uno de ellos. Los había onomatopéyicos, repletos de floritura, parcos, abrumadores, exasperados, incluso conmovedores. Fueron lo que fueron, no más que cenizas tempranas abocadas a una urna acristalada de remaches en dorado.
El cementerio, sombrío y aburrido, ansiaba para sí que algún infame diera muerte a aquel sepulturero derrotado, afligido... 

jueves, 25 de agosto de 2011

Telas de hoja

   

    Naufragaba por la Calle del Barco, dirección Desengaño para alcanzar la de la Luna en una noche propicia para consolación de una garganta reseca. Sin encontrar los bordillos de las aceras tropecé con el reflejo de una mirada, un tanto lasciva, desde la lejanía de un bar plagado de ese tipo de personajes de negro, patillas pronunciadas, barbas asilvestradas y tatuajes envestidos.
Resulté un tanto encontradiza al cruzar aquel bar en busca de un trago. Me seguiste la pista, memorizando cada una de los surcos de mis tacones. Bastaron dos tragos, para que tu instinto díptero se obsesionara con aquel jugo. Te emborraché mientras tú pagabas una ronda de piropos, palabras amables, susurros esperados, sonrisas correspondidas y pensamientos encontrados. Reí tus historias, interesándome más por la expresión vivaz de tu barba desaliñada al compás de tus labios.
Unos minutos en el baño para acicalar tu virilidad - y tal vez empolvar tu nariz- me bastaron para coserme un "no" en la frente; así te emplearías a fondo para llevarme a un lugar apartado de los alcohólicos desconocidos. Sin embargo, sería yo quien te camelaría hacia él con el dulce olor  de unos labios ensalivados; y entonces, me besarías con la voracidad que un cazador afana su presa, mientras caías así en la trampa de mi lengua. Fingiría no derretirme cuando tus manos se enredasen en las costuras de mi sujetador buscando ansiadamente unos pechos dispuestos. Susurraría que tu ternura acariciase mi piel lentamente para sacar, así, el feroz animal que te domina. Te calmaría con el abrazo de mis piernas hirviendo, te vendería al oído mi voraz hambruna, la urgencia de sentir aquel peso, incluso mordería el rastro de otras en tu piel…

Aquel oasis se esfumó entre el vetado humo del bar, tu mirada en espera seguía clavada en la mía y tus piernas no se tenían. Congestionado me ansiabas. Sin mediar siquiera palabra pagué lo debido, crucé la puerta sin miramientos. Caíste en la trama de mis pasos, siguiéndolos embebido en tus deseos. Resultaste tan predecible…



[Fragmento modificado de uno de mis relatos, al cual quiero darle un giro y una continuidad. Espero que el resultado no sea predecible…]


miércoles, 24 de agosto de 2011



 
Las arrugas empezaron ya a anunciar su madurez cuando aún era joven, aunque esa expresión risueñamente juvenil nunca consigo evaporarse de su mirar. Hoy estas se agolpan conformando pliegues y formas diversas, narrando historias pasadas, albergando lágrimas derramadas, carcajadas desbocadas… A veces, furtivamente las miro imaginando algunas de esas historias; hasta alcanzar el comienzo de su frente aterciopela, siempre despejada y despreocupada por principio de calvicie alguno. Esta lleva de camino a ese sedoso pelo cenizo con el blanquecino de lo que el reloj marca; sus cabellos a veces se mecen rítmicamente propulsándome a acariciarlos irremediablemente como hierba fresca en primavera.   
Su rostro, aún es el de aquel niño sesentero, que parece reírse de aquel pacto que rechazo del mismo diablo; las mejillas, aún más guasonas, se prestan desafiadamente imberbes surcadas por sinuosas rugosidades. Crecí con una figura varonil sin gastos en barberos, lo cual supuso un problema de adaptación en mi adolescencia al verme rodeada de chiquillos de patilla ancha y perilla.  
No sólo un rostro lo acompaña, su corta complexión aún conserva aquella agilidad, musculatura y agujetas de internados, servicio a la patria y sindicalismo. Esto, de igual modo, supuso un problema de adaptación en mi juventud; no concebía las barrigas cerveceras tempranas ni el pasotismo social-político de varones zalameros.
Una fragancia de genio, compresión, bondad, derroche de artes y don de gentes, desborda su singular frasco; estos aromas perfuman a menudo mi mundo plagándolo de alegría y caos en partes iguales. Pero su silbido, atento siempre, hace que nunca llegué a perderme entre la muchedumbre de este mundanal chambón. Hecho, que podría suponer un nuevo problema; sin embargo, comprendí no necesitar encontrar en ajenos de lo que ya dispongo.


A el hombre de mi vida, gracias.