lunes, 26 de septiembre de 2011




-          Bueno pues, será mejor que me marche…
-          Pues si marcha usted, más mejor…
-          (Cambia de idea y se sienta al borde de uno de los brazos del sofá. Saca un cigarrillo del bolso) ¿Tiene usted una cerilla, querido?
-         
-          Si hace el favor, querido.
-          No faltaba más (Distraído y azorado introduce la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta sacando de está un pañuelo bordado un tanto arrugado, con el que se ayuda para quitarse la bota). Tome.
-          ¿Qué es esto, querido?
-          ¡Ah! Perdóneme. Esto es para encender la cerilla. Resulta bastante práctico ¿sabe? Por eso siempre llevo una bota. (Enciende la cerilla con la suela de la bota)
-          Vaya… gracias, querido.
-          (Contempla embelesado, como su diminuta nariz es capaz de expulsar tal humareda) Parece una chimenea, pero… ¡diantres, qué estilo de echarlo por la nariz!
-          (Sonríe complacida) Gracias querido.
-          ¡Qué tía! (Algo perturba la incomodidad de un silencio ahumado)
-         ¿Qué ha sido eso?
-          Nada
-          (Se repite el ruido de alboroto en la cocina) ¿Y ese ruido?
-          ¡Ah! ¿Ese ruido? Pensaba que se refería a la incomodidad del silencio… “Eso” es el gato.
-          Pensaba que vivía sólo (dando una calada plácidamente al cigarro)
-          Hombre, el gato no es que tenga mucha conversación.
-          Compañía hará la suya… Aunque mucho mejor vivir con un gato, un gato que no hablé, claro. No como yo que vivo con mi hermana, mi cuñado y mi sobrino. No se puede hacer usted idea lo que es tener que oír a gente a todas horas, y además, tener que hablarles. Un horror querido. Por eso, estoy tan interesada en formar parte de la compañía. Necesito alejarme. Y dadas mis grandes dotes interpretativas…
-          Y belleza, si me permite el atrevimiento (tartamudeando mientras se ata los cordones de la bota)
-          Eso… también. (Suena un timbre) ¿Lo ha oído esta vez?
-          Sí, la conversación no da lugar a silencio. Es el timbre.
-          (Sigue sonando) Pero… ¡vaya! ¡ande!
-          Será el pobre…
-          ¿El pobre?
-          Sí, un mendigo
-           ¿Y cómo se llama?
-          No tiene nombre, los pobres no tienen. (Se asoma al balcón, y habla con el pobre desde aquel segundo piso)
-          ¿Qué quiere? (le pregunta alzando la voz)
-          Quiere lo que yo le dé, pan. Pero no tengo pan. ¿Tiene usted?
-          Voy a ver… (mira su bolso) No, hoy no tengo pan.

domingo, 18 de septiembre de 2011




                           Te besaría como lo hice ayer, pero ha pasado tanto tiempo…
                           que ni siquiera recuerdo tu nombre.



viernes, 16 de septiembre de 2011

Lástima de una condena

Tan sólo un chirrido se escuchaba desde el calabozo sombrío en soledades. Allí estaba, mordiendo el lastre de sus cadenas para desprender la fragancia de tantas condenas. Los barrotes conformaban enredados rosales donde margaritas marchistas florecían. Un diminúsculo ventanuco asomaba la Luna a su mundo, solía guiñarle cabizbaja y tuerta.
Sus sombras amorfas se confundían con el mobiliario de un naufragio, se escondían por temor a encontrarse con sus palabras vacías. El eco de aquel calabozo ensordeció los suspiros, las paredes cosieron sus pestañas a las moradas ojeras, turbaban ya sus pensamientos en una fosa de epitafio inopinado.
En aquella eterna nocturnidad, se arrancaba la cabeza para atar sus grilletes con crines de escorpión y desfogaba sus lamentos agujereándose los dedos. La tortura de sus corneas ante sus colmillos hacían esputar humor ácueo a través del tímpano. Sus uñas sangraban sin hemorragias, sus piernas amputadas cojeaban…Condenado, a la condena de condenarse.




[No había un porqué, no en su mundo. Lástima]

jueves, 15 de septiembre de 2011

(A mis 5 años)



-          Vamos hija, sopla de una vez las velas y pide un deseo.
-          Eeem… no sé qué…
Ya desde entonces resultaba indecisa incluso para el placer de desear. Sentí tal presión a mí alrededor en aquel instante, que antes de que mi madre volviera a insistirme por sexta, lo hice: soplé. Y al mismo tiempo que soplaba deseé, deseé lo primero que cruzo mi mente en aquel instante. No di oportunidad a mi titubeante mente, ni lo haría en los próximos años. Siempre lo haría así.
Tras soplar mantuve los labios posicionados, buscando con la mirada la aprobación de todos aquellos familiares. Estaban todos: mis abuelas jing vs jang, mi abuelitos de gafas ahumadas, mis tíos recién casados, los no casados y con hijos, mi tía ochentera de chupa y playeras, mi tío de la movida, mi primo y medio, mi tía adolescente, mi caniche tosco, el bigote de papa y papa, mama y su modelito premamá a lucir, y mi proyecto de hermana.
Cuando vi que empezaban a zarandear las manos y aplaudir, a gritar ¡bien!, y a recordarme que no contara lo que había deseado (sólo hasta que se cumpliera) mientras hacían de mis mofletes una diana de besos, consideré que el momento mareante de aquel soplido para cinco míseras velas había concluido.
-          Menos mal que sólo son cinco velas- pensaba mientras mi abuela jang cortaba la tarta- de lo contrario no habría podido expulsar ni un aliento más  de mis pulmones. Podría hasta haberme quedado sin aire por un estúpido deseo; y si no respiro cómo voy yo al cole el lunes. Y de eso ¡ni hablar! Pues...
Ya desde entonces también era una moza de mente, en demasía, inquieta.
La tarta era casera… de chocolate, el día… soleando, y estábamos sentados bajo la sombra de aquellos Chopos que miraban a aquel río siempre turbio. Todos tenían un pedazo de la riquísima tarta y yo… ya lo tenía.
-          Tio Nono… ¿Ves?- mostrándole el plato desechable- Ya, ya se ha cumplido.
-          ¿El qué?
-          El deseo
-          Jod… vaya, qué pronto. ¿Y qué deseaste?
-          El trozo más grande de tarta.



domingo, 11 de septiembre de 2011

Mitades partidas por la mitad

Desde tu barba mi enredada lengua
salpicaba tu cuello a mordiscos.
Aventuraba mis manos al confín
de tu ombligo aledaño.
Piernas con cojines a los lados,
y empeines pronunciados…
contorneaban agitados Sábados y
sudorosos Domingos venideros.
De mi regazo tu torso,
de mi frente tu vientre,
de mi pubis tu pelvis,
de mis caderas un cambio de acera.
Ciegos que ya no miran hacia atrás,
despedidas que no maquillan un hasta luego,
lágrimas que no lloran más,
corazones podridos de latir,
ruidosos que dejaron de sentir.

sábado, 10 de septiembre de 2011

El poeta

¡No le toques ya más, que así es la rosa!- exclamo madre al ver a Juanín intentando zarandear el rosal para desprender así sus espinas. Eran tan bellas… embaucadoras, que no concebía para sí lo dolorosas y sanguinarias que resultaban entre sus manos.
La belleza de la simplicidad de la vida poetizó todo aquello que le rodeó. Bebía y fumaba a partes iguales. Alimentaba su mente y sentidos sin víveres. Respiraba los versos que desprendía. Los versos llegaron a pintar su hogar de acuarela, a nublar los soleados veranos, a refrescar el rocío de los campos, a tejer algodón en asnos… Sus versos y mi azada izaron rumbos diferentes. Mis cartas y sus poemas nos regalaban una hermandad distraída y alejada.

Una noche madre alerto que los suyos, sus versos, empezaban a torcer su hermosura. Tras una temporada alejado, deshice el camino andado en los últimos años. Llegué por fin a casa del poeta, pero allí ya no quedaba verso alguno para darme la bienvenida.



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¡No le toques ya más,

que así es la rosa!-

La simplicidad de este, el poema más breve de Juan Ramón Jiménez, engrandece al leerse con cautela.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Adivinanzas poetas.




Alto, alto, si me alejo
ancho, ancho, si me acerco,
paso a paso, yo te tengo,
con mis manos te manejo.
Despiertas tras mis siestas
y te nublas con la Luna.
Si me escondo,
te acurrucas en un todo;
si contoneo brioso,
tú secundas afanoso.
Y si sonrío…
tú lo haces sombrío,
Y si enmudezco…
tú amortiguas el eco,
y si converso…
tú rompes en silencio,
y si te estrecho…
tú te esfumas en mi lecho.


[Gracias Gloria, por mi infancia. Empecé hace ya un tiempo a escribir para niños.. demasiado tiempo rodeada de tantos]

sábado, 3 de septiembre de 2011


Tú reflejo en el mío, destella cegando mis recuerdos sordos de un pasado de similitudes. Para espantar los cuervos pendientes de mis guiños… tarareo,  ofreciendo lo cálido de unos brazos entre vientos de tormenta. No más que deleitar tus deleites con el temple de mi voz ronca. Dedicar una melodía sinuosa en aromas, de acogedoras corcheas y fusas… que degustes sin disgustos y sí disfrutes tras victorias.
No hallo en mis manos más que un botón sin ojal, en mi rostro un culo de vaso, bajo mi sombrero una maraña de entramados sueños. No gozo de abundancias, sólo de lo esencial; una voz muda con soltura en la escritura y una mirada nublada, que tan sólo guardan atesoradamente la esencia de esos fulgores de similitudes.

Nada goza de la perfección que los endiosados creen desprender, deslumbra sin temor pequeño soñador.