martes, 5 de abril de 2011

Huellas de la derrota

El hombre del que todo, o casi todo, el mundo bisbisea tras su lomo o desgañita ante sus ojos. Un hombre complejo, turbador, patizambo de pensamiento y estrábico de visión; poco lúcido o lo suficiente para sortear las cornadas, que ya  se venían avecinando desde la entrada a la plaza, dejándolas a manos de novilleros de mal hacer o matadores desterrados.
No fue fácil lidiar en un camino colmado de los escombros de la destrucción y desidia, para volver a levantar los travesaños con la tenue voz de la esperanza. Decayó frágilmente su voz, convirtiéndose en un eco que no cesaba de retumbar entre la oquedad de las montañas tratando de dar aliento a los desalentados, que escondían sus vertebrados y desnudos cuerpos entre las Ibéricas de Altamira.
La perspectiva de la esperanza se desvaneció con la llegada de la bruma perenne a una civilización que clavaba su mirada a la bóveda celeste ante la dilación de la lluvia. Sequía continúa inundando nuestros campos, hogares y aprieta los fajines hasta entumecer las manos castigadas por codicia, ambición e inconsciencia.
Las masas dejan de colmar sus tímpanos decorosamente, tan sólo algunos miran sus fruncidas cejas con la misericordia de la compasión, el resto crucificaba el indebido empleo de caudales ajenos del erario público.
La honra de su laurel se marchita tras árboles caídos, hectáreas incendiadas, ríos desbordados, puentes derrumbados, supremacía mancillada…
Tambaleante hoy avanza ensangrentado portando sus estiletes quebrados, sintiendo el peso de sus puños aherrumbrados y su peto chafado.
Derrocado por la ceguera de consigo mismo y el mal tejer de las entretelas de un gobierno, deja a su ida las huellas de su pesado tallo cabizbajo.


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