domingo, 10 de abril de 2011

Fulgor de cenizas

   Lo arrasó todo. Aquel incendio no dejó títere con cabeza. Ennegreció las paredes, prendió las cortinas, fundió las acuarelas “apasteladas” enmarcadas con el dorado del buen gusto, las fotos de viajes mochileros se desintegraron, las flores de los tiestos perecieron intoxicadas, consumió el sofá-cama de invitados, licuó los vasos de vino, deshizo los libros de mesilla, disgregó los acordes de la guitarra, los perfumes expiraron sus aromas entre el humo…
No resistieron más que cenizas entre los escombros de una vida construida de ilusión y buen devenir. La sombra de aquel hogar se evaporó, de igual modo; y entonces, la destrucción cruzó el entrecejo de su mirada. Desvalida, frente a la puerta de aquella casa, miraba como las vigas temblorosas sostenían su ligero peso ante el soplo del sutil cálido viento sureño. Nunca imaginó que el fuego pudiera llegar a ser tan peligroso, capaz de derruir en su hipnótico danzar sus más valiosos haberes.  
Tornó una última vez la mirada hacia aquellos vestigios. Mientras una tímida trémula lágrima se descolgaba, evocó a sí misma el no volver a desafiar las flameantes del fuego con las veleidosas lluvias ante delicado acervo de toda una vida.





 
 [A todos aquellos que perdieron lo más querido...]


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