lunes, 17 de enero de 2011




Entre mis defectos, mi mala educación por no presentar a quien llevo conmigo de invitado a cualquier evento, fiesta, comida, merendola o recepción real. Pero el mayor de todos, el de no presentarme a mi misma, sobre todo si el anfitrión ni siquiera sabe de mi existencia; y que un conocido que resultó ser el hermano del amigo de la novia, que es sobrina de el cuñado de su prima, me invito por capricho esperando en la cola de la comisaría para poner una denuncia por robo de un tablero de Ajedrez, con sus reyes, damas, alfiles, caballos, torres y peones.

No es que de forma asidua me autoinvite a eventos de tal calibre. Pero nunca digo que no a la posibilidad de ver caras nuevas, escuchar nuevas risas, contemplar diferentes expresiones, mirar en ojos ajenos, hablar a completos desconocidos sobre banalidades, comprender (o al menos intentarlo) otras realidades, ver como pierden algunos los papeles para volver a recogerlos tras una ventisca, acariciar con las manos los sueños de otros, destornillar las tuercas de la compostura de algunos cuerpos agarrotados, armarme con mi escudo en caso de contratiempo,  parpadear para no perderme los mejores momentos, tomar aire en caso de que se avecine una tormenta de sucesos peculiares… Y quizá estos son los motivos que me han traído hasta aquí.



Qué descuidada “maleducación”  la mía… Raquel, enchanté.


1 comentario:

  1. Siempre está bien una mínima presentación, incluso para las chicas como yo, a las que no les gusta ir a sitios con gente desconocida! jajajajaja

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