domingo, 30 de enero de 2011

·Domingo




El despertador toca diana un domingo más. Maldita cosa peluda en forma de gato… Como odio cuando entra para interrumpir mi pernoctar dominguero hogareño de resaca. Aún así, me resisto a despegar ni uno solo de mis parpados, no lo haré, pues incluso la oscuridad de mi tenebrosa habitación bañada con humo de discoteca podría colapsar de luz mis pupilas; desembocando en una fatalidad, deslumbrarme.
Continuo con mis ensoñaciones, pero noto como unas mullidas almohaditas se adentran bajo mi colcha… Con lo que no me deja elección alguna. Tendré que desperezarme, mi letargo parece haber finalizado por hoy.
Despliego mis piernas, a la vez la colcha se desliza entre ellas hacia mis pies. Entonces, la bola de pelo no tiene más remedio que apearse de la cama.
Mis parpados a duras penas comienzan a esbozar bostezos, dado el exceso de máscara de pestañas mezclada con legañas; mientras, mi boca desprende vapores etílicos procedentes de un tal Don propio de Méjico. La presión que mi cerebro ejerce sobre su casero, el cráneo, es inmensa. En un estado de silencio absoluto puedo distinguir como disputan al respecto, la tensión se siente a modo de cefalea. Mi cabello, por su parte, pasa de implicarse y se enreda,  aún más, entre las patas de la juguetona bola de pelo gatuna.
Consigo abrir los ojos, y fijo la mirada en la pared, donde centellean unos tímidos rayos de luz de entre la opacidad de la persiana. Esbozo una sonrisa desmotivada… y viene a mí el recuerdo de que en mi cuello se dibujo anoche una nueva tonalidad de la que no recuerdo ni siquiera su nombre, para variar. Paso mis manos por la prueba del delito, y vuelvo a sonreírme. Reparo en mis manos, en sus diferentes caras mientras las hago girar para comprobar que evidentemente el tiempo ha pasado tan rápido que ya no quedan cicatrices en ellas. Ni un rasguño.

Sin ser consciente, vuelves entonces a mi cabeza, otro domingo en la mañana. Un vacío me encañona el estómago cada vez que te pienso. Pienso dónde estarás, si habrás amanecido ya, si has pensado en mí. Yo no dejo de hacerlo… No puedo. No quiero que pase el tiempo y acabar intuyendo una figura difusa que cada vez se desvanece más entre la niebla de los recuerdos. 
De vez en vez, me imagino contigo de nuevo, paseando solos como solíamos hacer, hablando  de cómo resultaba de complicada la transición al mundo adulto, y mírame hoy… Ya soy una mujer, ni si quiera quedó un leve reflejo de aquella chiquilla. Alcé mi altura en tacones, aparqué la bicicleta en un gimnasio, cambié piruletas por café, besé y me besaron, aprendí a guardar rencor en cajas etiquetadas y a dejar de preguntarme por todo. Me rompieron el corazón, eso también.
Añoro tanto cuando me tomabas la mano… cuando te intuía al acercarte sigiloso, hacerte entender mi mundo y escuchar tus mil y una historias, comprar churros los festivos; y que me amaras de aquella forma incondicionalmente leal. Pensé que estarías en noches de cobijo, en las tardes de otoño, los días de playa, me besarías fuerte por mi cumpleaños, que todavía me quedaba mucho por vivir contigo. Pero mi madre tenía razón: “nunca te fíes de un hombre”. No hice caso, me fié demasiado y he caído en las garras del eterno recuerdo y en el no querer soltar tu mano todavía.
Suspiro, bajo la mirada y la dirijo hacia el lugar que ocupas en esa estantería entre tanto libro de fantasía entremezclado con manuales de riegos toxicológicos y libros en inglés de segunda mano. Y allí está… esa fotografía tomada en aquella época en la que todavía eras tan joven y yo todavía una niña que se sorprendía de todo. Retratados juntos, para siempre, yo vistiendo de payaso, tú de gigante de enormes gafas y bigote. Cuán pequeña me sentía en tus brazos, abuelo.




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