domingo, 26 de junio de 2011

Frank


Cuando tenía diecisiete años, fue un fantástico año. Un año tras las chicas de aquella pequeña ciudad de comarca, noches suaves de verano, escondites entre las sombras de las farolas. Me solía dejar caer en algún sitio tranquilo y tras un trago o dos echaba todo a perder diciendo algo estúpido como “te quiero”.

Cuando tenía veintiún, fue un gran año. Un año tras las chicas de ciudad, edificios grandiosos, avenidas desdibujadas por el alcohol nocturno, taxis que llevaron a apartamentos varios, perfumados cuellos. Pensé en el apasionado amor, jugaba entre las estrellas  volando hasta la Luna. Llegué a ver cómo era la primavera en Júpiter y Marte.


Cuando tenía treinta y tres, fue un buen año. Un año tras mujeres talentosas, divinidad vestida de seda, lujo sobre ruedas, noches de vela en vela. Intercambiaba miradas con extrañas en la noche, preguntándome cuáles eran las posibilidades de que compartiéramos el amor antes de que la noche acabara, y si el amor estaba a una mirada de distancia.

Cuando tenía cuarenta y nueve, fue un correcto año. Un año tras jóvenes mujeres, desenfadas en busca de la voz de la experiencia, veladas pagadas y detalles ostentosos. Me hacían sentir joven, sentir que hay canciones que aún se cantan, campanas que suenan
Ahora, a mis sesenta -y algo- los días son tan cortos… estoy en el otoño de la vida, caduco. Pienso en mi vida como vino de la vendimia. Desde la madera del roble francés hasta el borde la última gota derramada en un paladar, así trascurrió mi vida.
He vivido una vida plena. Viaje por todos y cada uno de los caminos. Arrepentimientos, he tenido unos pocos, pero igualmente, muy pocos como para mencionarlos. Hice lo que debía hacer y lo hice sin exenciones. Mordí más de lo que podía masticar. He amado, he reído y llorado, tuve malas experiencias, me tocó perder. Y ahora, que las lágrimas ceden… sin timidez puedo decir que lo hice a mi manera.

Sin embargo, los años no fueron justos, es tan fácil recordar tu expresión dulce, la sonrisa que me brindabas, tu forma de mirarme. Tan fácil de recordar, tan difícil de olvidar.
Aún mi nariz me castiga con el aroma de tu piel, tu aliento, el perfume de tus cabellos. Quizá tu figura se torna difusa por un principio de cataratas, pero el olfato lo mantengo intacto.

Hoy despierto en una ciudad que nunca duerme, dónde llegué a ser el número uno, el rey de la colina en New York. Aún así, desde lo alto de esta ciudad eclipsada por los rascacielos, mi olfato se pierde tratando de encontrar tu rastro.
Desayuno cada mañana en esta terraza de una 32ª planta desde donde vislumbro los juguetones reflejos de las nubes en los cristales de los edificios. Me hacen recordar esas esperas mirando a un cielo veraniego clavando mi huesuda espalda a una parada de autobús, siempre solías llegar tarde. No importaba, tu morena sonrisa apaciguaba mi fiera.  
Te conocí con la llegada de una pubertad confusa, tus encantos ayudaron a confundir mis sentidos aún más; entre ensoñaciones en futuro perfecto y licores siempre risueños.
 Los granos empezaron a desaparecer de nuestros rostros, y nosotros mismos de nuestros juveniles rostros. De vez en vez coincidíamos en aquella comarca, casualidades de la vida. Tu aroma nunca te fallaba, mis manos siempre titubeaban.
Amistad entre reencuentros, vinos, recuerdos, camas compartidas, cartas enviadas, regalos a escondidas y notas olvidadas. Nunca supimos encontrar un término a la mitad de las cosas, solíamos bailar en lugar de andar, cantar en lugar de hablar. Parece que incluso el olvido se perdió entre nuestros caminos.  

Hoy cada efímero momento se muestra claro ante mí, y aunque me trae al arrepentimiento, sueño que tus manos aún me acarician, tus dedos me aprisionan. Robo sueños a las noches para tenerte de una vez. Qué rastrero resulta el hurto de sentimientos entre ensoñaciones, siendo yo todo un caballero.

Cogí un avión, para volar allá donde siempre quiso peinar sus canas, donde las sonrisas doran sus comisuras al sol, palpitan al son de samba y se endulzan con cachaÇa. Durante el viaje pensé qué decir, tras tantos años sembrados de silencios y frases inacabadas...
Angosto camino, tras el apartado tiberio de Abrão y el paso de  los años, me posiciona frente a unas verjas azuladas donde se esconde entre madreselva y enredaderas una pequeña casa en calmados blancos. A la sombra de un pernambuco me reencuentro con sus cabellos, canosos ya. Sin dudarlo entono: “Volemos juntos, despegar en el azul, una vez allí arriba donde el aire está enrarecido vamos a planear. Vuela conmigo. Todo de mí, por qué no tomas todo.” Gira su rostro, aún tan juvenil. Mirándome desconcertada -perdida en sí misma-  sus ojos delatan que sus recuerdos ya no habitan en ella. Ella ya no habita en ella, habita el olvido.



[48 minutos de tren &medio carboncillo& cascos sonando a Sinatra, son los culpables de este pequeño guiño a La Voz y a esos amores que se pierden entre la franja del espacio-tiempo]

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