miércoles, 15 de junio de 2011



Se acostumbró a ver su traslucida figura antes de que el atardecer inundara el barbecho de aquellas tierras. Le encantaba contemplarle a través de los cristales vidriosos que conducían al jardín. Su vaporosa figura siempre se posaba en aquel lejano muro de bancal, allá donde el mundo terminaba.
Era uno como pocos, aunque francamente era el primero que veía. Este disponía de un traje desdibujado por el viento que creaba corrientes entre sus sinuosas formas, revolviendo hasta sus cabellos largos como fideos. Sus manos finas, se deformaban al roce de las amapolas.  De su boca entreabierta se despedía una luz centelleante que colapsaba con el atardecer. Delicado hasta sobrepasar su valeroso espíritu...
Imagina que, tal vez, fue un aventurero caballero, decidido y con tesón; y de testarudo corazón. Fuera lo que hubiera sido, no desvirtuaba lo embelesada de su atónita mirada. El más hermoso, sin duda, el más hermoso fantasma; y de su existencia sólo sabía ella.  




[El gran secreto de Ane, jamás contado]

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