jueves, 17 de noviembre de 2011

Vida ajena



Hoy  29 de Octubre de 2011, me han despedido junto a 1.102 empleados en plantilla. Puedo decir que ya soy parte de los 2.780.000 de desempleados de mi país. Nadie es imprescindible.
Ya no sonará el despertador a las 5:55 cada mañana, ni me llevará 39 minutos y 35 segundos el arreglarme suficientemente para pasar 11 horas y 39 minutos fuera de casa. No tendré que apurar las aceras encharcadas, ni las escaleras humeantes de la línea 1 de metro que pasa a las 6:48 hacia La Défense. No tendré que soportar la amalgama de olores mañaneros durante 28 minutos bajo tierra. No compraré por 1,80 euros el periódico en el kiosco situado a  42 pasos de distancia de la puerta del edificio donde trabajaba. No me alejaré 50 pasos más para pedir un café au lait y tostadas por 2,50 euros. No volveré a cruzar el despacho vacío de mi jefe a las 7:41, ni teclearé mi password: 001001001.
La meticulosa vida que he desarrollado durante los últimos siete años, ocho meses y tres días me ha llevado a centrarla únicamente en el logro de éxitos profesionales con un fin despersonalizado, y hoy se ha truncado. He estado cerca de lograr mi meta profesional a sólo tres meses y cinco días de alcanzar los 34 años, y en tan sólo cinco horas y un ansiolítico de 0,250mg he asumido la derrota de mi fracaso personal. He tirado por la borda 2802 días de mi vida centrándome en un sólo objetivo. Mi numérica vida suma uno, independientemente de los dígitos que contengan mi cuenta bancaria o los segundos que recorte cada día en el almuerzo para sumarlos a mi esfuerzo frente a una maquina. El abismo del uno me corroe. Siempre he sentido de menos y he pensado de más, he sido uno de los primeros en despertarse y último en acostarse. He coleccionado contactos nunca amigos, he tratado de querer sin saber amar ni amarme. En definitiva, el reflejo de mi egolátrica proyección ha eclipsado mi yo.

No era mi día, ni mi semana, ni mi mes, ni mi año, ni desde luego mi vida.

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