viernes, 14 de octubre de 2011

Camarada

Del espanto espantoso
de mi  asombro
el pánico se hizo presa
de mi hazaña taciturna.
Una daga, ¡camarada!
Una daga ensangrentada,
envenenada…
con el jugo aciago de mi rabia.
¡Pardiez!
Qué infortunio el de aqueste
que solloza compasión
por plegarias de su alma.
A la espera de condena,
aguardaré en la lejanía
de vuestra mortecina maestría.
Pues ya que usted yace,
no quisiera incomodar 
a los que lloren hoy su muerte.
Con las mismas, y sin daga,
me despido, camarada.

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