viernes, 16 de septiembre de 2011

Lástima de una condena

Tan sólo un chirrido se escuchaba desde el calabozo sombrío en soledades. Allí estaba, mordiendo el lastre de sus cadenas para desprender la fragancia de tantas condenas. Los barrotes conformaban enredados rosales donde margaritas marchistas florecían. Un diminúsculo ventanuco asomaba la Luna a su mundo, solía guiñarle cabizbaja y tuerta.
Sus sombras amorfas se confundían con el mobiliario de un naufragio, se escondían por temor a encontrarse con sus palabras vacías. El eco de aquel calabozo ensordeció los suspiros, las paredes cosieron sus pestañas a las moradas ojeras, turbaban ya sus pensamientos en una fosa de epitafio inopinado.
En aquella eterna nocturnidad, se arrancaba la cabeza para atar sus grilletes con crines de escorpión y desfogaba sus lamentos agujereándose los dedos. La tortura de sus corneas ante sus colmillos hacían esputar humor ácueo a través del tímpano. Sus uñas sangraban sin hemorragias, sus piernas amputadas cojeaban…Condenado, a la condena de condenarse.




[No había un porqué, no en su mundo. Lástima]

1 comentario:

  1. Y en un mundo de tinieblas
    vaga y siente miedo y frío,
    y en su horrible desvarío
    palpa en su cuello el dogal:
    y cuanto más forcejea,
    cuanto más lucha y porfía,
    tanto más en su agonía
    aprieta el nudo fatal.

    ResponderEliminar