viernes, 22 de abril de 2011

357 Mag.





 
Tomé el revólver FN Barracuda 357. Mis manos estaban congeladas, mi presencia taciturna y la mirada más perdida que nunca. Siempre fui un chico distraído y ensimismado, en aquella ocasión sobrepasé mi límite de recogimiento. Aún así la frialdad de mis manos se transmitió a mi sien la cual no cruzaba emoción alguna, sólo una concatenación de recuerdos y vivencias que iba hilando pacientemente de manera minuciosa. Todo empezaba a cobrar sentido, mi lamentable vida comenzaba a tenerlo. Llegué a la conclusión de que siempre había sido un ave de paso, y nunca conseguí albergarme en un cobijo acogedor, de esos en los que sirven sopa de tomate caliente y café aguado. Había viajado demasiado en mi corta vida, las más veces haciendo uso del pulgar. Había conocido mundo, parajes recónditos, gentes afables y truculentas, y siempre desde la distancia de unas gafas quebradas y mugrientas.
De lo que mi brillante mente no era capaz, era remendar el recuerdo de la noche en que mi monstruo se mostró ante mí; y lo hizo de manera hambrienta -demasiado tiempo en el letargo del subconsciente.
Ni siquiera conocía a aquellas chicas que pararon a mis pies aquella furgoneta prestada-robada  de Simon’s & Co. Eran divertidas, jóvenes en edad universitaria, de las Llanuras de los Grandes Lagos, protestantes –por lo que pude intuir-, fumadoras sociales y bebedoras de whisky bien entrenadas. Bromeaban sin cesar, y yo con ellas; resultó entretenido el viaje con dirección a los Apalaches. Nunca había sido capaz de sentir aquella felicidad de lo ajeno y una superlativa envidia al mismo tiempo; fue entonces cuando despertó. Al ver aquellos rostros felices inundados de de vida, me hicieron ver lo que yo nunca tuve y nunca llegaría a tener: un motivo para levantarme cada mañana; y ellas lo tenían cada día, cada segundo de su vida.  Fue entonces cuando la fiera despertó vorazmente al ver el brillo del revólver en la parte trasera de la furgoneta, mientras repostábamos a media noche. El resto… una concatenación de pavorosos sucesos que me sitúan en la cama del Ohio House Motel ante el reflejo de las salpicaduras que sonrojan el revólver que el señor Simon dejó olvidado.
Decidido, tras mi afán costurero, blandí el arma. Acabaría con aquel monstruo emergente.



2 comentarios:

  1. Me gustan tus relatos cortos, este en especial. Espero que leyendolos se me pegue algo de tu descriptiva ya que el único que llevo escrito por ahora cojea aún más después de pasarme por tu blog. ¿Algún consejo para un torpe principiante? xD
    Sigue así!

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  2. Gracias Mark! El único consejo que puedo dar es escribir, escribir, escribir. La practica hace que cada cosilla que escribas sea algo mejor, y llegues a encontrar el estilo con el que más comodo te sientes o mejor se te da. Es una muy buena forma da hacer volar la imaginación, romper ciertas barreras del mundo real.

    Este relatillo ha gustado mucho entre el género masculino... me da que pensar.

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