miércoles, 16 de marzo de 2011

Desde Nihon

Después de una larga temporada en paro, como otros tantos, conseguí un puesto en una conocida agencia de prensa como reportera. El comienzo fue duro sin duda, más aún cuando me mandaban a cubrir noticias del estilo “La nieve llega a la sierra norte de Madrid con el final del año”, “Señora de 80 años ataca con su bolso a un atracador cuando este intentaba arrebatarle el mismo”. No podía decirse que fuera de un rigor periodístico brutal, pero al fin y al cabo era un trabajo, remunerado.
Después de un año cubriendo noticias del estilo decidí salir de aquella rutina haciendo algo distinto en mis momentos ociosos. Japonés. Decidí aprender el idioma nipón, al menos durante una temporada y evadirme de aquella frustrada vida acomplejada carente de sal. Paradójicamente el nipón enlazó con una oferta de traslado laboral, corresponsal en Japón nada más y nada menos. Mi jefe consideró que mis dos meses de iniciación al chapurreo japonés serían suficientes para desenvolverme en el país y trabajar desde allí un año. Mi primer trabajo sería cubrir eventos como Ueno Sakura Matsuri- El festival de la flor de cerezo, Hina Marsuri- Festival de las Muñecas, durante mis primeros meses. Llegué a Tokio poco después del comienzo del nuevo año. Nada como empezar en un país nuevo el año para desapolillarse.
 Todo olía distinto, los sabores aún más, las luces se apreciaban diferentes, las miradas inquietantes, la cultura apasionante a la par que zozobrante, las vistas sobrecogedoras, sus respetuosas gentes apaciguadas, la sociedad del tatemae… era espectacularmente singular.
Hoy en la tarde salí de la oficina en busca de una tarjeta de memoria ante el inexplicable coma que sufrió la que ya tenía. Me hacía realmente falta. De camino al centro comercial próximo me entretuve en un puesto de comida donde no pude evitar comprar el olor de un Yakitori.  Dispuesta a hincar el diente a aquella brocheta, una sensación de vértigo me inundó. Un enorme balanceo, un  temblor impidió ponerme en pie. Se hizo el silencio, y las sirenas empezaron a sonar. El miedo, la inquietud se apoderaron de mi, pero curiosamente la sensación de pánico no me arrastró como consecuencia de un efecto dominó; los japoneses se comportaban de una manera calmadamente ordenada. De camino hacia no sabía dónde observaba como los transeúntes nipones se detenían para ver si había alguna información nueva horas después. La tecnología de la ciudad impidió la concatenación de victimas iniciales. Tokio escapó a lo peor de los daños, pero las áreas más afectadas, las de las costas del Pacífico, fueron devastadas por un tsunami ante la primera onda de choque. De inmediato el Gobierno emitió una orden de evacuación, no hubo tiempo suficiente para mover un número tan grande de personas tan rápidamente.
La oscuridad, ahora cae, el centro y los suburbios no tienen energía eléctrica. Escalofriantes cimbreantes réplicas se suceden, en una noche, que sin duda será larga.


                                                                                                                              [A todas las victimas]


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