sábado, 5 de marzo de 2011

Con nocturnidad & alevosía [Segunda parte]

 
   Le seguí. Salimos del bar, él, mi grueso abrigo, mis guantes de piel y yo. Le miré, como el que espera una palabra del niño que está aprendiendo a hablar. No articuló ninguna. Puede que sea mudo, pensé. Le hice una seña indicándole si podía hablar. “Evidentemente”, entonó gravemente. Su voz no hilaba, ni muchísimo menos, con su aspecto delicado y un tanto andrógino. Pregunté por mi amiga, contestó pausadamente que se había marchado con prisa, tras un chico moreno; y parecía sonriente. No sabía si creerle… desde luego no, prefería llamarla a casa desde una cabina telefónica para saber si estaba allí con su ligue nocturno.
Me fui, me largué hacia la cabina más cercana sin despedirme, ni presentarme. Mientras andaba frente a la Catedral sentí sus pasos acompasados a los míos y como su sombra se solapaba a la mía por momentos, hasta llegar a desaparecer. En ese momento me giré bruscamente y atónitamente observé como tras mis pasos no había nada, tan sólo mi paranoica imaginación. Retomé, entonces mi dirección… y allí estaba él frente a mí,  clavando siniestramente sus ojos en los míos. “¿Qué demonios…?” exhalé. Esa extraña fuerza me atrajo hasta a él, como ya había sucedido antes; alcancé la distancia más mínima posible a él, el roce del contorno de sus labios. Sentí desfallecer, mi mente se encontraba en un estado de éxtasis desbocado. El aliento que su boca desprendía y su respiración pausada entonaban en mis sentidos una amalgama de sensaciones indescriptibles. Gotas gélidas de sudor emanaban de mis poros, mi vello erizado, mis músculos tersos y mi lengua sedienta; desesperadamente buscaban la compasión de sus ojos traslucidos. Estos traslucidos comenzaron a ensangrentarse sobreexcitaos con el estremecer de mi cuerpo. Entreabrió sus labios y observé unos pronunciados colmillos dispuestos a mi suculento y frágil cuello, este palpitaba aceleradamente por una respiración sobresaltada. Se le notaba sediento, tanto que sus caninos desplumarían mi menudo cuerpo. No obstante, deseaba ser devorada por esos pronunciados caninos y sus jugosos labios. Jadeantemente ansiaba que su cuerpo culminara el mío, deseaba ser poseída por esas garras que se afilaban por momentos con el reflejo de la Luna. Era una presa vulnerable entre las garras de un depredador, aún así mi mirada entornada se mostraba poderosa. Seductora de un carroñero que suplicaba lamer mi sudor, saborear mi sangre y embeberse mis vísceras. Altiva me sonreía benevolente, complaciente de su deseo de saciar su sed de vida. No importaba que pasara con mi efímera presencia terrenal, la grandiosidad me ensalzaba, esa divinidad concedida por él espantaban la humanidad que quedaba en mi. Mis ojos desmayados se cerraron, mi lengua se sirvió fría, mis manos se congelaron al rozarle, mi mente se nubló y se empañó de vértigo; sentí perecer, lentamente. Un fuerte soplo de aire producido por un enérgico movimiento hacia mi abrazo paralizó mis latidos y secó mi sangre. Él y mi inerte cuerpo se esfumaron de aquella plaza con aquel soplo.

Sudorosa desperté, con el sabor de una arcada ensangrentada. Una sensación de agotamiento me inundaba. Me encontraba en casa. Mis vista desenfocada levantó la mirada, se puso en pié y avancé lentamente hacia la ventana con la persiana bajada. Todavía era de noche, qué extraño. Bajé la mirada desconcertada, toda mi ropa estaba por el suelo y yo estaba desnuda. De entre aquella ropa maloliente asomaba una pequeña bolsa transparente que contenía unas cuantas pastillas. De nuevo, había vuelto a pasar, lo había vuelto hacer… y de nuevo los recuerdos de los últimos acontecimientos eran vagos y confusos. Unos oscuros ojos azules y la sensación de desesperación, angustia y éxtasis cruzaban mi mente.
Percaté mi atención en unas machas sonrojadas en el cuello de mi camisa, reparé en que mis manos tenían la misma rojez. Me apresuré al baño, frente al espejo el reflejo de mi misma era tenue, tanto que apenas podía distinguirme. Mi reflejo se desvanecía por momentos. Esas mismas manchas, también pintaban el contorno de mi boca. Sangre. Me toqué los labios, aquella era reciente. Asustada corrí despavorida hacia la habitación de Martina. Al entrar, la encontré postrada en aquel futón, con los brazos relajados, las piernas abiertas, y el cuello ensangrentado; estaba desangrada por un voraz mordisco en el mismo. Yacía. Mi corazón latía cada vez más despacio, hasta que dejé de sentirle, se paró mientras mis jadeos… expiraban mi ansiedad e inspiraban mi renacer.

6 comentarios:

  1. STOP censura
    siguen faltando tildes

    ResponderEliminar
  2. De una manera constructiva, mucho mejor. No suelo hacer migas con las gratuitamente destructivas.
    Gracias, por la advertencia.

    ResponderEliminar
  3. Usted debería hacerse ver su castellano, o inglés.
    De nuevo, gracias.

    ResponderEliminar
  4. jajajaja
    que jacobilla
    no hace falta que me llames de ustéd

    ResponderEliminar
  5. usted, perdón
    ahora me sobran tildes a mi

    ResponderEliminar